El candidato de Unión por la Patria salió a reconocer el traspié pasadas las 20, sin datos oficiales; afirmó que en las próximas horas se pondrán en marcha “mecanismos para la transición” con los libertarios
“En cinco minutos estará con nosotros el compañero Sergio Massa”, anunció apenas pasadas las 20 el locutor en el abarrotado salón del complejo C, donde abundaban las caras largas y podía olerse la derrota electoral. Sin esperar el tiempo preestablecido, el ministro de Economía y candidato presidencial de Unión por la Patria subió al escenario a reconocer su clara derrota en el balotaje a manos de Javier Milei, quien se convertirá en presidente a partir del 10 de diciembre.
“Lo más importante que le tenemos que dejar a los argentinos es el mensaje de la convivencia, el diálogo y el respeto por la paz”, dijo Massa con la voz algo quebrada, con su esposa y titular de AySA, Malena Galmarini, su candidato a vicepresidente, Agustín Rossi, el gobernador bonaerense Axel Kicillof y otros dirigentes rodeándolo en la postal de la derrota. Con gestos de cansancio, habló de una “campaña larga”, y reconoció que “el resultado no era lo que esperábamos”, aunque valoró su propio “esfuerzo”, hecho “porque amo a la Argentina tanto como amo a mis hijos”, destacó.
Sin ocultar su emoción, Massa contó entonces que había llamado a Milei para felicitarlo por la victoria electoral, porque “es el Presidente que la mayoría de los argentinos eligió para los próximos 4 años”. En el público se escuchaban muchos aplausos y algún grito desaforado en contra del candidato libertario.
Todavía afectado por la contundencia de la derrota, que sus voceros recién comenzaron a reconocer minutos antes de su discurso, Massa se preocupó en su breve mensaje por llevar calma a los mercados.
“Desde mañana la responsabilidad, la tarea de dar certezas, de transmitir garantías sobre el funcionamiento político y económico de la Argentina es responsabilidad del presidente electo”, dijo el tigrense en relación a Milei. A la vez, dijo haber hablado con el presidente Alberto Fernández y con el propio Milei para que “mañana mismo” se “pongan en marcha mecanismos de enlace y transición para que los argentinos, en los próximos 19 días, no tengan ni dudas ni incertidumbre respecto del normal funcionamiento” del país. Todo un desafío, tomando en cuenta que Massa seguirá siendo el ministro de Economía de un gobierno en retirada.
“Elegimos defender la educación, la salud, los derechos, es la mejor forma de construir progreso para nuestra Nación”, insistió, en defensa de sus slogans de campaña. “Entiendo a aquellos que por ahí sientan desilusión, enojo. Traté de dejar lo mejor de mi en esta campaña”, insistió.
Votación y desánimo
Pasadas las 12, Massa había llegado a la escuela Antártida Argentina de Tigre. Al igual que en la primera vuelta, Malena Galmarini y su hijo Tomás lo acompañaron, aunque a diferencia de aquella ocasión, un corralito impidió el tumulto previo en la entrada del colegio. Adentro de la escuela sí se repitieron los besos, abrazos, selfies y manifestaciones de aliento hacia el candidato, que a la salida sí enfrentó a los medios, camisa celeste fuera del jean, y con una bandera argentina estratégicamente ubicada a sus espaldas.
Un tanto más serio de lo habitual, Massa repitió allí su llamado a los “diálogos y consensos”; afirmó que los comicios se estaban llevando adelante “con normalidad” y se mostró tranquilo en lo que hace a la transparencia del proceso, “después de todo lo que se habló”, en referencia a las sospechas sobre fraude en la elección anterior lanzadas por Karina Milei y otros referentes de La Libertad Avanza. Insistiría en la transparencia del proceso en su discurso de despedida.
Massa anticipó, además, que se iría a comer un asado familiar en la casa de sus padres, que luego repasaría las alternativas del comicio con intendentes y gobernadores, y a las 17.30 proyectaba estar en el búnker del barrio de Chacarita, aunque su presencia se demoró por largo rato, hasta que los resultados dieron su inapelable veredicto.
“¿Qué números tenés?”, preguntaban a los periodistas atribulados miembros del equipo de comunicación del oficialismo, a esas alturas con escaso contacto con sus jefes políticos, sumidos en el hermetismo. “Están tirando números desde la mañana, pero nosotros seguimos tranquilos”, decían en la primera línea del massismo, intentando transmitir tranquilidad.
En la misma línea, el secretario general de la CGT, Héctor Daer, habló desde el búnker oficialista de “cifras que andan circulando” y pidió esperar los resultados oficiales. El mismo participaría, detrás de Massa, del reconocimiento de la derrota que las principales caras del peronismo haría cuando la lucha por la Casa Rosada había concluido.
“Estamos muy mal. La gente vota contra la gestión”, resumieron a LA NACION desde una gobernación peronista, ya con el fracaso en todos los celulares de los dirigentes, intentando explicar la derrota por el fracaso económico del Gobierno.
Por la noche, y en un anuncio sorpresivo, el propio Massa afirmó que “hoy termina una etapa política en mi vida”. Y sostuvo, a modo de despedida, que “seguramente la vida me deparará otras tareas y otras responsabilidades, pero sepan que siempre van a contar conmigo defendiendo el trabajo, la educación pública, el federalismo, como valores fundamentales de la Argentina”. Por si no quedaba claro, insistió a los “once millones de argentinos que nos votaron, que más allá de mi persona hay miles y miles de argentinos que tienen la convicción y el valor de defender ese país inclusivo en el que creemos. Que vengan las nuevas generaciones”, gritó.
De todos modos, sus voceros insistieron en que el martes Massa estará en el quinto piso del Ministerio de Economía, cumpliendo con su tarea hasta el último día del gobierno de Unión por la Patria.
El final llegó con el saludo y el abrazo de quienes lo acompañaron, incluidos Kicillof y el diputado Máximo Kirchner, quien se había mantenido en silencio pero al margen de la campaña, disconforme con el liderazgo de Massa. Se quedó un rato largo, con amigos y conocidos, detrás del escenario, terminando de asimilar que, al menos por esta vez y quizás para siempre, su sueño presidencial quedará trunco.