Opinión: Prof. Ing. Waldo García: La manifestación de conflictos violentos o ambientes hostiles cada vez frecuentes como parte de una cultura instaurada y el rol de la educación para resolverlos o abordarlos…
Desde la antropología afirman que la evolución biológica proporciona una agresividad congénita, que constituye la base de nuestra competitividad y liderazgo como ser humano. Pero también la naturaleza nos ha proporcionado “la razón” como regulador e inhibidor de esa agresividad. Cuando estos mecanismos fallan o se alteran, esta se descontrola y se manifiesta en violencia. Por otra parte“la cultura” es el aprendizaje social que almacenamos en nuestras mentes para establecer ciertos comportamientos. Sucede muy a menudo que las influencias culturales e ideológicas y contextos sociales complejos exacerban esa agresividad congénita, manifestándose en sucesos violentos. Hechos queson cotidianos en familias, calles, escuelas, canchas, redes sociales, medios de comunicación y un sinfín de escenarios.
Desde el rol de ciudadanos debiéramos interpelarnos ¿cómo nos desenvolvemos en contextos tan complejos y heterogéneos? En donde la violencia sin dudas es el resultado de múltiples causales. Caer en el facilismo, pretendiendo que, con el acatamiento de las normas impartidas desde diferentes estamentos se solucionarían estas cuestiones es toparse con un error. Tampoco las soluciones se van a dar en forma espontánea, con acciones esporádicas, aisladas, autoritarias y sobre todo reactivas.
¿Entonces que se hace?
La escuela seria en parte la solución. Como institución formal organizada con territorialidad. Que a pesar de crisis circunstanciales que puede atravesar, es la entidad aún más efectiva, con sólida reputación transcendiendo a las gestiones. Cuya misión principal es el “Acto de Enseñar”. La escuela presenta una estructura propicia para el desarrollo en el currículo de un Programa de Educación Emocional. Este debería promover desde el nivel inicial al secundario, el manejo de las emociones de los estudiantes, incorporando su entorno, a los educadores, a las relaciones interpersonales y concientice además sobre las consecuencias del manejo incorrecto de los impulsos. También debería detectar emergentes como patologías, abusos, adiciones, violencia intrafamiliar, bullying y otros actos que repercuten sobre las emociones. Es obvio, que un programa de estas características, en las condiciones institucionales actuales no sería factible. Sino debe estar acompañado de infraestructura y recursos humanos. Que propicien medidas pro activas, que traspasen los límites de la escuela. Políticas de Estado con enfoques salutogeno-educativos como parte de la integralidad que procuran las normativas educativas.
Los hechos demuestran que hay personas que presentan intrínsecamente actitudes violentas antes ciertas circunstancias, más allá de una sanción lógica o una acción reparatoria como lo establecen las leyes. Se necesitan acciones preventivas, formativas que aborden las emociones y generen conciencia para limitar esos impulsos. Este programa se potenciaría con políticas de desarrollo social e integración y otras aristas relacionadas con la justicia y cuestiones como la igualdad de oportunidades, proyectos de vida, etcétera.
Teniendo como fondo la complejidad de la vida contemporánea, la escuela en sus diferentes niveles, es en donde se entrecruzan diferentes culturas con una trayectoria secuenciada propicia para desarrollar un programa que afronte las emociones desde el niño, el adolecente y el joven como parte de la formación integral pretendida y la contribución social que le corresponde. Como decía el gran educador argentino “todos los problemas son problemas de educación”, invertir más y mejoren ella posibilitará a corto plazo visualizar los resultados. Esta inversión permitiría la reducción de gastos en otros sectores del estado como seguridad, salud y sobretodo evitar daños a terceros, asimismo, mejoraría el ambiente para una mayor calidad educativa.